La moda no suele ser el campo más inclusivo del mundo, que digamos. Es común ver cómo la moda parece estar dirigida a un prototipo específico de cuerpo y de personas. Todos tenemos en mente la “variedad” visible en el 99,9% de las pasarelas, o en la publicidad de productos de moda.
Esta exclusión a cuerpos que no cumplan un canon establecido de huesos a la vista y medidas por encima del 1,80 de altura hace que sea casi imposible encontrar variedad de cuerpos en este mundo. Pero la exclusión va más allá que ser de meras medidas corporales, es también racial. La proporción de personas negras, asiáticas…etc en el universo de la moda es ínfima si se compara con la de personas blancas caucásicas.
Esta “dictadura” de lo que se establece como modelo y como bello está más que arraigada en el campo de la moda y todo lo que le rodea, al igual que -aunque en menor medida- en el mundo del show business. Pero parece ser que se ha contagiado más allá del trabajo de modelo. Como ejemplo, el caso que nos contaban desde Misterman de la marca de ropa estadounidense Abercrombie & Fitch.
Todo vale con tal de vender, o eso debieron pensar desde A&F, que decidieron contratar exclusivamente dependientes y dependientas modelos. Y no sólo eso, sino que se optaba por unos modelos específicos (entiéndase blancos, delgados y altos). La idea partió de la mente pensante de su Director ejecutivo Mike Jeffries para el que “la gente bien parecida atrae a otra gente bien parecido, y nosotros queremos dirigir nuestro mercado a gente guay y atractiva”. La dictadura de lo bello se extendía al mundo laboral de los dependientes y de los clientes.
Pero la estrategia exclusiva de Jeffries iba más allá, llegando al racismo rampante. Siguiendo normas desde la cúpula directiva de esta marca de ropa, se excluía a muchos aspirante a dependientes de raza negra. Esto se hacía obvio al ver la plantilla de dependientes de las tiendas, en los que no había ni un solo modelo negro en un país (EE.UU.) en el que un cuarto de su población lo es. Pero esta discriminación racial (además de estética) se hizo especialmente visible cuando, ante una visita del propio Jeffries a una de las tiendas de la cadena, se mandó a todos los dependientes negros a su casa antes de su hora para que el CEO no les viera. Y una mujer musulmana que llevaba, de acuerdo a su cultura, hijab, también fue rechazada de este trabajo.
Todo esto se fue haciendo público y supuso una caída de las ventas de la marca, rechazada por muchos clientes al darse cuenta de la discriminación que ejercía. Con esto, Jeffries tuvo que deshacerse de su puesto de presidente de la compañía, en un intento de lavado de cara de la misma.